Los medios de comunicación en el Uruguay pueden, tal vez, adolecer de algunas carencias, pero hay un área en la cual exhiben un muy buen nivel y, entre todos ellos, una gran riqueza y variedad. Se trata de las columnas de análisis y opinión, en las cuales los comunicadores, al realizar sus comentarios y reflexiones, contribuyen a satisfacer la necesidad de entender que tienen lectores, oyentes y televidentes, casi abrumados por una avalancha incesante de información.
Uruguay cuenta con calificados columnistas. Muchos de ellos pertenecen al ámbito de la política. Se trata de actuales legisladores –como Jorge Larrañaga y Javier García o, desde su página en internet, Pedro Bordaberry– o de ex legisladores y secretarios de Estado –entre ellos Leonardo Guzmán, Antonio Mercader, Sergio Abreu y Juan Martín e Ignacio de Posadas– y aun de ex presidentes de la República, como Luis Alberto Lacalle y Julio Ma. Sanguinetti. Todos ellos ejercen el periodismo político con vigor y convicción y procuran, como es lógico, exponer sus puntos de vista y convencer a la ciudadanía. Es digna de atención la columna radial que tuvo como candidato y que ha resuelto mantener como presidente José Mujica. Ello demuestra con elocuencia la importancia que los dirigentes le asignan a la comunicación en su lucha por alcanzar o conservar el poder; lo cual merece valorarse en su justa medida, pues permite conocer mejor su pensamiento y así participar más conscientemente en la vida pública.
Otros muchos columnistas, periodistas profesionales o especialistas en los más diversos temas, vuelcan periódicamente sus opiniones, especialmente en los medios escritos y en las radios, pues la televisión se priva y nos priva de esta interesante modalidad, pese a que tuvo cultores del nivel de Barret Puig y Ángel Ma. Luna. Los columnistas analizan, cuestionan, reflexionan, explican, proponen y ayudan a pensar. Siempre bajo firma. Aportan ideas sobre la realidad nacional e internacional y, por lo general, lo hacen con la esperanza de ampliar y profundizar el diálogo democrático, más allá de las fronteras de la política partidaria.
No es tarea fácil ni que pueda tomarse a la ligera. Ser columnista requiere, en primer lugar, de un adecuado y responsable conocimiento de los temas, lo que implica estudio y análisis, una permanente actualización, ecuanimidad, equilibrio y una honesta intención de imparcialidad en la interpretación de los acontecimientos, así como en el tratamiento constructivo de las diferentes cuestiones económicas y sociales. Y, por sobre todo, independencia y buena fe, puestas al servicio del bien común. Sin renuncias ante ningún tipo de interés sectorial o particular. Luego, en segundo lugar, se requieren condiciones de claridad y concisión, un estilo sobrio, sin agravios, pero atractivo y si es posible ameno. Y, en tercer lugar, sin que ello signifique prelación axiológica, se requiere de respeto por el idioma, por el medio y por los destinatarios. Sin olvidar las exigencias éticas de rigor en la comunicación social.
Así lo vienen haciendo desde sus columnas en la prensa muchos hombres y mujeres, con capacidad y celo profesional. Aunque no falten los malos, en rigor abundan los buenos ejemplos. Desde quienes, como Ricardo Peirano, Claudio Paolillo o Julia Rodríguez Larreta, además de ejercer cargos de dirección, también aportan, bajo firma, sus puntos de vista; hasta los columnistas netos, como los experimentados Tomás Linn y Daniel Gianelli; y los periodistas que, como Miguel Arregui, Juan José Norbis o Gabriel Pereyra, a sus funciones específicas en la conducción de la redacción, suman la condición de columnistas; pasando por conductores de programas de radio o televisión que –como Alfonso Lessa, Ignacio Álvarez o Gerardo Sotelo– también dan a conocer su opinión firmada en otras publicaciones. Sin olvidar a los economistas como Javier de Haedo, Juan Carlos Protasi, Jorge Caumont, Ramón Díaz o Alberto Bensión, o especialistas en esa materia como Nelson Fernández; y ruralistas como Eduardo J. Corso, Pablo Carrasco, Pablo Caputi Aguirre, Luis Romero Álvarez; y a los que, con solvencia, escriben sobre política, como Enrique Beltrán, Adolfo Garcé y Oscar Bottinelli; o como Daniel Ferrere sobre temas jurídicos y empresariales; o sobre historia, como Lincoln Maiztegui; o sobre educación, como Pablo da Silveira; o sobre religión como Jaime Fuentes; o sobre cultura como Emma Sanguinetti. Y muchos otros ciudadanos que periódicamente brindan su aporte intelectual, en un amplio arco temático que nos está indicando que, para esta modalidad formadora de opinión, nada de lo humano resulta ajeno. Se trata, pues, de una noble actividad. Cuando los columnistas cumplen cabalmente su cometido y se desempeñan con dignidad, responsabilidad y buena fe, honran la libertad de expresión y realizan una muy valiosa contribución al buen periodismo nacional. Por todo ello, bien se merecían una columna.
El Observador, 09 de abril de 2010 - Eduardo Héguy Terra
viernes, 9 de abril de 2010
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