La supervivencia de los medios se encuentra en proporcionar el conocimiento necesario para comprender el mundo que nos rodea. Las raíces de la actual crisis de los medios se encuentran en un modelo de negocio.
El periodismo vive lo que, posiblemente, sea la crisis más importante desde su nacimiento. Las noticias sobre medios que cierran o pasan por fuertes apuros económicos son incesantes. Algunos expertos se han apurado en dar por muerto el periodismo bajo la avalancha de Internet. Pero no es el periodismo el que está en crisis, sino los medios de comunicación.
Las raíces de esta crisis de los medios se encuentran en un modelo de negocio que es también uno de sus mayores lastres: la publicidad. Los mismos directivos que llevaron a los medios hasta el escenario actual buscan una solución para volver a ganar dinero, sin pensar que la estructura que les soporta es un gigante con pies de barro. La conclusión parece clara: “si no hay publicidad por la reducción del consumo, que sean los lectores quienes soporten todo el coste”.
Sólo pagamos por lo que consideramos valioso. ¿Consideran los posibles lectores que la información es valiosa? Sin duda lo ha sido a lo largo de la historia cuando el problema tradicional era acceder a ella, escondida y controlada como solía estar. Hasta el final de la era anterior, la labor teórica del periodista era buscar esa información donde estuviera para hacérsela llegar a los ciudadanos que no tenían otra forma de conocerla y, por ello, estaban dispuestos a pagar.
En nuestros días, la cuestión es ser capaces de seleccionar la información pertinente entre la ingente cantidad de información que nos rodea. Parece que el tradicional papel del periodista ya no tiene sentido.
¿Tiene sentido pagar por lo que cualquier persona con un teléfono móvil puede enviar a otras miles sin costo alguno? ¿Es razonable pedir que los visitantes paguen por leer en la web el mismo texto de agencia que publican otras decenas de medios?
Las experiencias de quienes han querido cobrar por acceder a la información no parecen corroborarlo, pero quizá la solución está en ofrecer a los lectores lo que ellos no pueden hacer: conseguir la información a cualquier hora en cualquier lugar y gratis, pero no pueden contrastarla ni relacionarla ni procesarla hasta convertirla en conocimiento (el bien más valioso de la era de la información). Muchos ciudadanos que no pagan por simple información, estarían dispuesto a hacerlo por conocimiento.
Hace meses, un grupo de congresistas estadounidenses proponían convertir a los medios en fundaciones sin ánimo de lucro para acabar con la crisis del sector. Planteaban que los ciudadanos paguen directamente a los profesionales que recolectan y procesan la información. La propuesta no tuvo ningún resultado práctico pero quizá en un futuro próximo los periodistas trabajen agrupados en cooperativas a sueldo de agrupaciones de lectores o en fundaciones sufragadas con donaciones o bajo cualquier otra institución independiente de intereses políticos o de grupos económicos. Lo que sí parece evidente es que la supervivencia de los medios se encuentra en proporcionar el conocimiento necesario para comprender el mundo que nos rodea.
Cuanto más cerca esté el periodista de su lector, cuantos menos intermediarios haya, más calidad. El auge del fenómeno de los blogs supone exactamente eso: línea directa entre el origen de la noticia y el lector.
La ordenación del mundo periodístico no sólo afecta al lado de la rentabilidad y los costes, sino, sobre todo, al objeto teórico del periodismo. Los graduados MBA que comenzaron a dirigir la estrategia de los medios han convertido estos en meros apéndices de las grandes multinacionales. El objetivo no era ya intermediar en la información para hacérsela llegar a los ciudadanos, sino “proveer de contenidos multimedia”. Es decir, promocionar y vender los contenidos que genera la empresa (libros, música, cine, programas o personajes políticos). Estas grandes multinacionales progresaban en connivencia con los intereses políticos hasta fundirse en un todo del que es difícil separar al político del periodista. De esta manera, los medios perdieron sin disimulo el ideal de la objetividad para tomar un partido evidente por aquel grupo político que mejor beneficiara los intereses de su cuenta de resultados: se acabó el cuarto poder (si es que lo hubo alguna vez).
Los medios ahora tienen que vérselas con la interacción no sólo comunicativa sino intelectual de sus lectores y perder la presunción de verosimilitud. Los lectores se convierten en suministradores de contenidos, un papel hasta ahora sólo reservado a los medios que asisten perplejos a su destronamiento. Frente a esto, los medios responden con barata opinión y los nuevos lectores huyen de los medios tradicionales. El cóctel del desencanto está servido: los ciudadanos están en el siglo XXI, los medios, en el XIX.
Posiblemente, hemos pasado ya la época de los medios de comunicación como grandes negocios. No obstante, la necesidad de información relevante sigue existiendo porque ahora más que nunca necesitamos saber qué pasa y por qué.
* Profesor en la Facultad de Comunicación y Humanidades de la Universidad Europea de Madrid
Onda Digital, 07 de abril de 2010 - Jorge Jiménez*
miércoles, 7 de abril de 2010
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