Se los puede ver sentados a la entrada de cualquier escuela del país los sábados y domingos de tarde, especialmente en los barrios más pobres. Son cientos, quizás miles de niños y niñas de todo el país que concurren a la escuela con sus "ceibalitas" a buscar conectividad los fines de semana, probablemente para satisfacer su demanda de entretenimiento, de chat, de información, de lo que sea.
También puede verse a sus hermanos mayores e incluso a sus madres aprovechando la computadora y la red de las escuelas públicas. El edificio, por supuesto, permanece cerrado.
La imagen es tan sugestiva que nadie que la haya visto puede dejar de sorprenderse, y permite observar el milagro de los niños (miles de niños y niñas) pidiendo estar más tiempo vinculados con su escuela. Los hijos de las familias más pobres cuentan con una herramienta que los coloca en el umbral del desarrollo pero la institución que las proveyó no puede responder a la creciente demanda de sus alumnas y alumnos.
El Plan Ceibal apuró una transformación revolucionaria en el entorno escolar que desbordó su capacidad de respuesta. Los niños de las ceibalitas están mostrando la urgencia de que se resuelva cómo brindarle acceso a Internet a las familias menos favorecidas. Mientras el gobierno estudia qué va a hacer en lugar del sepultado "Plan Cardales", un enjambre de niños y niñas llegan cada fin de semana a las puertas de las escuelas a buscar lo que necesitan. Pero los tiempos de la política y la burocracia no son los del crecimiento y cada año perdido es irrecuperable, sobre todo para quienes tuvieron la desgracia de nacer en medio de la pobreza. Mucho menos el tiempo de reacción frente a la realidad de quienes ven las telecomunicaciones y las nuevas tecnologías con el ojo tuerto de la ideología.
Si Primaria se manejara con tiempos y procedimientos de esta época, se le podría pedir que dispusiera de algunos funcionarios para atender esa demanda, ese milagro de inquietud y curiosidad que las "ceibalitas" desataron entre los niños y niñas uruguayas. Pero la sola mención de semejante respuesta alcanzaría para generar una catarata de negativas y excusas más o menos plausibles, ambientadas en impedimentos administrativos, financieros o pedagógicos. El desfasaje entre la realidad y la educación pública uruguaya no es de ahora ni parece que se vaya a corregir pronto, al menos dentro de los parámetros de celeridad que la educación de los niños y niñas requiere.
Cualquiera que pase por la puerta de una escuela un sábado o un domingo de tarde y los vea allí, metidos en sus cosas y jugando con sus computadores junto a un portón cerrado a cal y canto, no podrá menos que preguntarse qué podemos hacer para estar a la altura de la circunstancias. Ya no del Plan Ceibal y sus efectos revolucionarios sobre miles de familias uruguayas sino de los propios beneficiados, algunos de los cuales necesitan más, mucho más tiempo de educación y conectividad de lo que la escuela pública está en condiciones de ofrecerles.
El País, 06 de abril de 2010 - Gerardo Sotelo
miércoles, 7 de abril de 2010
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