miércoles, 3 de junio de 2009

Sangre en la TV

No ocurre siempre ni en todos los canales de TV, pero son muchas las veces que la audiencia se exaspera con la exagerada extensión de las noticias policiales. A diario, hayan existido o no delitos de gravedad, los noticieros le dedican espacios desmedidos al tema. Y hay crímenes de menor cuantía que se convierten en portada del informativo en detrimento de hechos que merecerían mayor destaque.

Lo peor es que el tratamiento de temas delicados -delitos sexuales, por ejemplo- no siempre se hace con el recato y la reserva aconsejables.

En suma, adictos a la crónica roja, ciertos medios tienden a caer en la tentación del sensacionalismo. Aclaremos que estos comentarios no equivalen a avalar la opinión de gobernantes como la ministra del Interior, Daisy Tourné, que culpan a los medios de comunicación de agravar el problema de la seguridad pública. Nada de eso. Los crecientes índices delictivos y la consiguiente sensación de inseguridad que embarga a los uruguayos en todo el territorio nacional, tienen otras causas que hablan por sí solas.

Aun así, el deber de los medios es evaluar la trascendencia de cada historia policial que difunden y presentarla de manera razonable. Abundan las ocasiones en que se exponen primeros planos de víctimas de accidentes de tránsito o de acciones criminales. Y qué decir de grabaciones televisivas que introducen en los hogares imágenes morbosas tales como manchas de sangre, o exhiben las heridas causadas por los criminales en la humanidad de sus víctimas. A veces se llega al extremo de informar abiertamente de un suicidio y de mostrar su gestación en pantalla como acaba de ocurrir en el caso de un diplomático extranjero.

En cualquier código de ética periodística se recomienda actuar en tales situaciones con la máxima ponderación. La plena libertad de expresión, pilar del Estado democrático, debe ceder ante otros valores que es preciso preservar. Es lo que pasa cuando entran en juego menores de edad o en acciones criminales en donde la publicidad sobre el delito puede infligir a los afectados más perjuicios que el delito mismo.

Digamos de paso que, en cuanto a suicidios, es conocida la regla de discreción basada en múltiples razones, entre ellas la nada remota posibilidad de que algunas modalidades de autoeliminación encuentren imitadores.

La televisión es un formidable medio de comunicación que entretiene mucho, informa bastante y opina poco. Suele discutirse su influencia en la vida cotidiana.

Algunos la desmerecen y la descartan con ciertas expresiones ("es chicle para los ojos", dicen). Otros, en cambio, magnifican su incidencia al extremo de responsabilizarla por propagar malas enseñanzas capaces de hacer escuela entre el público. Sin embargo, los resultados de estudios académicos desarrollados durante el medio siglo largo de auge de la TV niegan el fundamento de asertos tan radicales.

A estas alturas resulta ocioso el debate sobre la gravitación benéfica o maléfica de la televisión pues como todo medio de comunicación puede usarse bien o mal. Si bien es legítima la competencia de los canales de TV en su lucha por ganar el favor del público, lo que se refleja en el rating, esa competencia tiene límites que no deberían vulnerarse. La tarea no es sencilla; exige templanza y sensatez. Para ese dilema tan antiguo como los propios medios de comunicación bien vale el consejo de un veterano productor de la TV estadounidense: "En caso de duda, apunte alto y trate de levantar el nivel". Esa es la forma de equivocarse menos.


El País, 03 de junio de 2009 - Antonio Mercader - Editorial

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