viernes, 22 de mayo de 2009

Banda ancha irrestricta

El investigador George Yúdice cree que el Estado debe asegurar a los ciudadanos el acceso a internet. Mientras gran parte del debate en torno a la cultura y los medios de comunicación -organizado en el Teatro Solís por el MEC hace tres semanas- se concentró en la conveniencia de legislar sobre la representación mínima de producciones culturales nacionales en la TV, el cine y la radio, quien se encargó de cerrar el foro realizó una propuesta singular.

Para el teórico norteamericano George Yúdice, el Estado debe abandonar la idea de competir con la industria cultural y aprovechar las posibilidades que brindan internet y su confluencia con la telefonía y la televisión.

-Detrás de la idea de que el Estado garantice el acceso a banda ancha está el supuesto de que la presencia en internet asegura la diversidad de expresiones culturales. ¿Es así?

-Viene al caso el ejemplo que di de la red Overmundo [www.overmundo.com.br].
Es financiada parcialmente por el gobierno de Brasil y por una empresa relativamente independiente, Petrobras, y allí está organizada la participación de los ciudadanos de manera abierta. Para mí, es una manera de acomodar una serie de iniciativas sin que haya un ministerio de Cultura que juzgue e identifique cuáles expresiones no tienen suficiente representación en la esfera pública mediática y decida promocionarlas, que fue un poco el debate que se estableció después de mi exposición.

-Justamente el foro estuvo asociado a la preparación de una ley para asegurar que ciertas expresiones consideradas de valor cultural tengan mayor espacio en los medios audiovisuales.

-Mi propuesta es distinta. Esa postura requiere que el Estado o quien lo esté representando seleccione cuáles expresiones.

En la propuesta mía no hace falta seleccionar, porque todas podrían estar. Lo que sí podría haber es un apoyo, como las usinas culturales de aquí o los puntos de la cultura brasileños, para ayudar a dar posibilidad de producción a distintas propuestas. Nunca se va a competir con el tipo de presupuesto que tiene una discográfica importante o la televisión o el cable, porque ellos tienen un presupuesto de marketing que, aun cuando una emisora pública ponga programas, cuando uno coge el periódico o ve anuncios publicitarios anunciando series televisivas, o música, lo que se va a promocionar es lo que promueven los medios comerciales; es muy difícil competir con eso. A menos que se tome una vía de regulación y de cuota, y que se exija tal porcentaje en los medios; entonces allí se decide qué. La propuesta mía es distinta en el sentido de ese “qué”.

Que se establezca banda ancha acomoda a todas las expresiones culturales, y ahí tienen que establecer sus propios mecanismos de visibilización, para los cuales surgen iniciativas interesantes.

Yo mencioné el sitio Pitchfork [www.pitchforkmedia.com], que guía a los que están interesados en música alternativa.

También en Overmundo se abre esa posibilidad, y no sólo con música, sino con literatura y plástica.

-¿Sería ésta una manera de legitimar desde la práctica la producción de creadores que están fuera del mainstream?

-Yo he puesto el énfasis en cuestiones subalternas, pero también funciona para expresiones de gente no subalterna pero que son alternativas. El rock independiente, el punk, no son a menudo creados por gente subalterna, sino por gente de clase media, pero si no tiene la misma cabida dentro de MTV u otros medios de ese tipo, se acomodan en estas nuevas iniciativas de internet.

-En cambio, la cumbia villera o el tecno brega brasileño sí son realmente subalternos.

-Ésos sí son difundidos independientemente de los medios, a través de circuitos informales que luego los medios toman. De ahí aprendió Hermano Vianna, el creador de Overmundo: su investigación de esas expresiones lo llevó a tratar de hacer algo equivalente con internet. Se trata de un modelo de negocios distinto, no es de las discográficas. En Overmundo no hay venta, sino licencias de Creative Commons, pero claro, en lo físico y en los conciertos es donde se está ganando el dinero. Así, las discográficas no se apoderan de los derechos ni se convierten en intermediarios que se llevan la mayor parte de la ganancia. En el modelo de Overmundo, además, cabe todo tipo de expresión: bossa nova, novelas, poesía de distinta clase, y también expresiones subalternas.

Y también cosas que para mí son kitsch, que no son de mi gusto, pero que pueden coexistir con el mío.

-Tu idea es que el Estado aproveche las tecnologías de lo que se llama web 2.0. Ahora, me da la impresión de que la propuesta implica un “sujeto 2.0”, es decir, gente que sea consumidora y productora, de música, literatura o lo que sea. ¿No habrá un error de perspectiva, al trabajar en áreas cercanas al arte, en el suponer que la mayoría de la gente está cómoda con esa doble actitud?

-Justo ahí yo hago un vínculo con la producción, al hablar de usinas o puntos de cultura, lugares donde uno puede crear sus propias obras. Es el ejemplo de CUFA [Central Única das Favelas] con su cine y con capacitación para crearlo. En estos lugares se puede encontrar preparación y asistencia que va más allá de lo que ofrece internet, que normalmente es un software que permite hacer cosas, y que es la manera en que empiezan muchos chicos.

-Pero el asunto empieza un poco antes, con el hardware, ¿no?

-Claro, para eso es necesario el acceso gratuito universal a internet. Mi propuesta es que a la larga es mucho mejor eso que gastar plata en tratar de promover expresiones particulares en los medios comerciales. En lugar de eso, abocarse a algo mucho más amplio, que abarcará a ésas y a muchas más expresiones.

La inversión en ese tipo de hardware, que con lo que aquí es el Plan Ceibal ya está encaminada, y en otras modalidades de capacitación, como las usinas de la cultura o los media lab españoles, asegura a quienes quieran ir más allá de simplemente encontrar cosas de manera aleatoria en internet. Hice un estudio, que publicaré en diciembre, que demuestra que los estudios cuantitativos de consumo están errados, porque están orientados a la industria misma.

Entonces queda afuera una serie de expresiones alternativas y de usos masivos distintos que no pasan por ahí. Lo que yo propongo en foros donde se habla de metodologías de investigación sobre el uso de los medios es suplementar lo cuantitativo con estudios cualitativos etnográficos, o sea, acompañar a cierto número de usuarios en sus prácticas.

Formalmente yo no he hecho eso, pero informalmente sí (con hijos de amigos, los he acompañado un par de horas y me han mostrado lo que hacen), y a su vez, ciertos boletines de la industria de la música y los medios, indican que mientras que los padres están viendo televisión, los hijos están en su cuarto con la computadora en internet: que esté la televisión prendida no quiere decir que los chicos la estén mirando. En el foro no contesté una pregunta acerca de si la mayor parte de la gente está conectada a la televisión; para los adolescentes y niños que tienen acceso a internet, esto ya no es así, por lo menos en Estados Unidos. Eso quiere decir que con el paso del tiempo el uso preferencial será internet, y en la medida en que el teléfono celular se comporte de la misma manera, también se convertirá en otro vehículo a sumar.

- Volviendo a la idea central: el Estado tiene la oportunidad de aprovechar las nuevas tecnologías para evitar tener que competir con la industria para difundir ciertas expresiones culturales y a la vez evitar decidir qué promocionar. ¿Se termina el control estatal?

-No, va a haber una transición a la convergencia, al triple play, pero tiene que haber una regulación, porque todas las ondas radiomagnéticas son propiedad de la ciudadanía. Que una televisora o una radio tenga derecho a usarlas es una concesión, que no debe darse sin condiciones. Ya hay condiciones, sobre pornografía y otras cosas, y yo creo que la responsabilidad social debería formar parte de esto. Esto podría renegociarse en la transición, es decir, decidir cómo se integran televisión, telefonía e internet [en el Plan Cardales, por ejemplo] no se puede dejar librado a las iniciativas propias de la industria.

-¿El rol de evaluación en este esquema quedaría por cuenta de la crítica?

-No, yo creo que el Estado, cuando tiene un equivalente al FCC [la Ursec uruguaya] debe tener un ala investigativa para darle seguimiento a estas políticas. En Estados Unidos la ley de telecomunicaciones de 1996 resultó en que se concentró la propiedad. Ahora, las investigaciones y las críticas vinieron de afuera, porque el Estado no tiene un equipo de investigadores y comisionó la tarea.

-Ahora, se trataría de controles más bien restrictivos: no pornografía, no discriminación, no promoción de la violencia, es decir, pautas básicas.

-Sí, claro. Ya no se trataría de decir “vamos a apoyar el tango-fusión y las innovaciones musicales”. En internet podrán estar todas las expresiones. Eso requiere el surgimiento de intermediarios propios, que visibilicen esas propuestas y también infraestructura como las usinas de cultura.

De la vanguardia a las políticas culturales

“Lo que recorrería los distintos tramos de mi carrera sería un interés por la cuestión del valor y la legitimación, que tiene distintas aristas dependiendo si se trata de literatura, de una renovación urbana o la economía de los medios; en todo eso lo que está en juego son cuestiones de legitimación, del poder que está detrás de todo eso y qué es lo que se logra colocar”, dice el norteamericano George Yúdice respecto del camino que lo llevó de ser un especialista en literatura de vanguardia latinoamericana a acercarse al grupo de la revista Social Text y a los teóricos Fredric Jameson y Stanley Aronowitz, tras llamar su atención el fenómeno de la moda gay en los 80.

Luego de trabajar en el campo de la literatura testimonial centroamericana, en los 90 comenzó a interesarse por los mecanismos de financiación de la cultura, y sus trabajos incluyen el seguimiento de las expresiones culturales alternativas en América hispana y Brasil. El recurso de la cultura: usos de la cultura en la era global (2002) es su libro más citado.


La Diaria, 22 de mayo de 2009 - JG Lagos

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